GENTE COMÚN. Videoinstalación de 2 canales.
Una multitud corre sin rumbo. No hay lugar adonde ir. Son muchos y corren buscando una presa. Desde lejos los cuerpos son apenas miniaturas y la calle un campo de batalla. Un escenario de guerra difusa, de disputa por la propiedad. Alguno patea, otro cae, uno muere, los otros miran, y siguen corriendo.
La sensación brota de los cuerpos. Una imagen espejada de una esquina, es de noche. Una multitud que transita sin rumbo disputa por la propiedad. Los colores de sus ropas los distinguen del asfalto. No hay lugar adonde ir. Son muchos y corren buscando una presa. Ahora que las guerras se transmiten como simulaciones por computadora, todas las imágenes de la violencia se parecen más. Las calles son los nuevos campos de batalla y, paradójicamente, son registrados con los mismos códigos de representación: drones, cámaras de seguridad, imágenes satelitales, grabaciones con cámaras de celular u otros dispositivos portátiles. Espectadores-productores, productores-espectadores. Los roles se vuelven ambivalentes en la experiencia de la violencia simbólica. No alcanza con los cuerpos de las víctimas circulando en los medios después de la tragedia. Mientras los hechos suceden, se registran. Y si no hay registro, hay control, hay información que mutará para adquirir la forma visible que sea necesaria para recrear el acontecimiento. La multitud ahora aparece en otra esquina, más iluminada. Como cardúmenes, los cuerpos se rozan, se chocan, se atraen y se expulsan. La acción persiste en un tiempo extendido, donde fuerzas invisibles los deforman en un movimiento fraccionado en el que casi no se mueven de su sitio. Unos autos se derrumban hacia una fosa. Alguno cae, uno muere, los otros miran y siguen corriendo. Un hombre patea a un perro y nadie lo percibe. En el centro un cráter abstracto que absorbe y emana: por allí la tierra se abre y el cielo parpadea con unos relámpagos repentinos y azulados. El espacio se funde en una perspectiva circular, un remolino centrípeto y centrífugo.
ORDINARY PEOPLE. A 2-channel video installation
A crowd running aimlessly. No place to go. They are many and are looking for a prey. From a distance the bodies are just thumbnails and the street a battleground. A scenario of diffused war, ownership dispute. Some kicks, another falls, one dies, the others look, and continue running.
Sensation flows from the bodies. A glossy image of a corner at night. A crowd that moves without direction disputing leadership. The color of clothing against the asphalt. There is nowhere to go. There are many, and running in search of prey. Now that wars are transmitted like computer simulations, the images of violence seem more. The streets are the new battlefields and paradoxically, they are registered with the same codes of representation: drones, security cameras, satellite images, recordings with cellular cameras or other portable devices.
Spectators-producers, producers-spectators. The roles become ambivalent in the experience of symbolic violence. The bodies of victims circulating in the media after the tragedy is not enough. While the events happen, they are registered. If there is no registration, there is control, there is information that will be transformed to acquire the visible form that is necessary to recreate the happening. The crowd appears now on another, more illuminated corner. Like schools of fish, bodies rub against each other, crash, are attracted and then repulsed. The action persists in an extended timeframe, where invisible forces deform them in a fractioned movement in which they do not move from their place. Cars head towards a hole. One falls, one dies, the others look as they keep running. A man kicks a dog and nobody notices. In the center an abstract crater that absorbs and emanates: there the earth opens and the sky blinks with a few sudden flashes of blue lightning. The space merges into in a circular perspective, a centrípetal and centrifugal whirlpool. |